Canarias fue durante varios siglos uno de los grandes escenarios de la piratería mundial. El descubrimiento de América y la importación de sus riquezas, así como, los conflictos entre las grandes potencias propiciaron el auge general de la piratería en las rutas comerciales.

Canarias se convirtió en objetivo de numerosas incursiones por parte de los piratas debido a su situación estratégica en la ruta hacia las Indias Occidentales y como represalia para debilitar al Reino de Castilla. Los navíos mercantes cargados de tesoros americanos, recalaban en los puertos isleños –prácticamente desprotegidos- en su camino hacia la vieja Europa, convirtiéndolos en una presa fácil.

Existían dos formas principales de ejercer la piratería… como corsario o como pirata. Ambos se dedicaban a saquear barcos mercantes para de esta manera menoscabar el monopolio comercial impuesto por Castilla. En Canarias actuaron piratas y corsarios de todas las nacionalidades, pero principalmente fueron ingleses, franceses, berberiscos y de los Países Bajos. La principal diferencia entre piratas y corsarios, radicaba en la “legalidad” de sus acciones. 

HMS Mary Rose and pirates

El corsario, era una pirata pero autorizado por una nación para llevar a cabo sus robos. En la mayoría de los casos, era un marino particular que ofrecía sus servicios y su embarcación a un monarca –no tenía que ser necesariamente de su propio país- y comúnmente en tiempos de guerra.  El monarca, en un documento llamado patente de corso, le concedía permiso, para atacar el tráfico marítimo de países enemigos y así debilitarlos. De esta forma, el corsario, se convertía en parte de la marina del país. La patente real, legalizaba su misión por lo que su participación en la guerra no podría considerarse ni como un caso de piratería, ni como un acto de guerra privada.

Esta licencia, aunque se concedía generalmente en tiempo de guerra, también se otorgó en tiempos de paz,  para atacar como represalia, a buques de otro país con el que no se había declarado la guerra pero con el que existía cierto grado de beligerancia tradicional. La patente de corso, le otorgaba al corsario,  protección de la nación que se la concedía, pudiendo usar sus puertos libremente y en principio, no podían ser colgados si eran capturados por los enemigos. Podían regresar tranquilamente a los puertos del país para el que “trabajaban”, donde eran bien recibidos y hasta homenajeados, allí vendían sus botines y se proveían de alimentos, bebida y armamento para sus futuras acciones.

Como contrapartida a esta protección, el corsario debía aceptar las leyes y usos de guerra, seguir las instrucciones de su monarca y ofrecer una fianza como garantía de que iba a respetar el orden establecido. El corso, recuperaba su inversión con el botín conseguido al saquear los barcos y pequeñas ciudades capturadas, aunque parte de ese botín debía entregarlo a la corona, por lo tanto era un buen negocio para las dos partes implicadas.

Éste fue el método utilizado en Canarias, por diversas naciones extranjeras, para que parte de las riquezas extraídas de América por los españoles, llegasen a sus manos. Esta  guerra encubierta fue desgastando y entorpeciendo la expansión española, al tener que vigilar sus propias costas y proteger a sus colonias.

El pirata, por el contrario, no dependía de nadie, no tenía que rendir cuentas a autoridad alguna, robaba por cuenta propia, en el mar o en zonas costeras. Su comportamiento no se sujetaba a ninguna ética, su afán de lucro era el que guiaba sus pasos. Actuaba de forma indiscriminada, contra los buques mercantes de cualquier nación. Alteraba el comercio regular, amenazando la seguridad comercial general, por lo que era perseguido por todas las naciones marítimas y sobre todo por las grandes potencias de la época. Los tripulantes eran mercenarios, expertos en el manejo de las armas y en la lucha cuerpo a cuerpo. Se servían de su superioridad numérica y la velocidad de sus barcos para apoderarse de barcos de carga con escasa tripulación y poca experiencia con las armas. A diferencia de los corsarios, los lugares donde podían vender sus botines… podían resultar muy peligrosos, ya que, podían ser apresados y ahorcados en dichos puertos… todo dependía de la codicia y de la moral de las autoridades de los puertos a los que arribaban, cosa siempre difícil de averiguar. 

La Gomera fue objeto de varias incursiones tanto de piratas como de corsarios, fortalezas como la Torre del Conde, sus puertos y bahías son testigos y protagonistas de numerosas historias de piratas en Canarias.